




Nunca he sabido si el nombre es con dos cés o el apellido con gé o jota. Sólo sé que siempre ha sido uno de los grandes de Sevilla, y muy aclamado por el público entendido. El local es grandioso, como la cocina que Pedro elabora. La barra es minúscula pero eso es lo de menos. Son famosos sus arroces y por supuesto sus pescados y sus conceptos. A mí me encanta la personalidad de los dos capitanes, Eduardo y Pedro. Singulares, exigentes, algo extravagantes. Muy peculiares. En el ámbito gastronómico de esta ciudad son imprescindibles para comprender una época que aún da muestras de frescura y pujanza. La época de la cocina cosmopolita inmersa en un entorno ingrato y arbitrario como es la de aquí. Y aunque estén en una órbita alejada de lo convencional, seguiré pensando que son dos figuras a las que hay que reconocer su abnegada labor en pro de la modernización de las costumbres culinarias de la eterna ciudad del barroco, de esta Sevilla tan manierista en todo, incluso en los fogones.