En 1987, cuando casi nadie se aventuraba a ir a la sierra de Huelva, José Luís Vedia y yo íbamos cada fin de semana en moto. Lloviera, granizara o hiciera sol…nos divertía esa carretera hasta llegar a Alájar. Allí Crispín regentaba un cocedero de gambas. Unas gambas imponentes que nadie sabía de donde traía y que, como comprenderás, en medio de los picos de Aroche, territorio del marrano ibérico, pues desconcertaban un poco porque eran gordas, tersas y fresquísimas. La morcilla lustre y las castañetas eran el fuerte de la gastronomía local. En sitios como El Abuelo, además, se elaboraban unos licores tan ricos como sutiles. Había muy buena destilería antes de sanidad y sus chorradas, que casi se han cargado la industria familiar y artesana. En fin, que un día de vuelta me separo de mi compañero pues quiero comprar unos pastelillos especiales de la confitería (qué gran palabra!!) que había cerca de la Plaza del Marqués de Aracena. Allí un abuelete de unos ochenta años tallaba con su navajilla un palitroque de madera de naranjo, o algo parecido. Y como la curiosidad mató al gato le pregunté qué hacía. "Una cuchara para cocido" me responde. Y me cuenta que el vive en el asilo, que su hijo le visita cuando puede porque vive bastante lejos y que esto lo hace para sacarse unas perrillas. En fin que conmovido por tan tierna historia le digo…pues se la compro, señor, dígame qué vale. Y, sin pestañear, me suelta: "1.500 pehetillas"…#?‰!!! Jó! como para salir corriendo. En fin que con el apuro y la conmoción le compré la cuchara y me quedé con lo justo para echar gasolina en la venta del Alto y llegar a Sevilla. Así que nada de pastelillos de yema tostada. Cuchara de palo para toda la vida. La uso cada año en la matanza de Campofrío y lo cierto es que es una herramienta eficaz. Aunque sorprendentemente el señor tenía razon: cuchara para cocido. Y es que con el salmorejo o el gazpacho, por ejemplo, simplemente no funciona. Curiosidades de la vida. ¿verdad?
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